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martes, 12 de diciembre de 2006

Pajaritos


Hace unos días estuve en un sitio que me encanta visitar de vez en cuando. No es que vaya muy amenudo, y cuando voy casi siempre es con prisas y sin tiempo para disfrutare del espectáculo.
Pero la última vez fue algo diferente, disponía de algo más de tiempo y disfruté de los minutos que pasé allí viendo algo conmovedor.
El lugar al que me refiero es una cafetería algo especial. Tiene grandes ventanas y está rodeada de zonas verdes. Y cuentan con unos clientes muy especiales, los pajaritos.
Entran en cuanto ven las ventanas abiertas y se mueven a sus anchas por el recinto, unas veces volado y otras saltando .
Yo en aquellos momentos comía un bollo y les iba tirando al suelo miguitas.
Se acercaban, tímidamente, y en cuanto se hacían con una, volaban unos metros, para sentirse más seguros y se lo comían. Disfrutaba viendo aquello.
Pero un gorrión, quizás más hambriento o más desvergonzado, se posó de repente en la mesa, torción la cabeza y pió.
¡El muy granuja me pedía directamente y sin tapujos una miga¡.
Por supuesto, se la dí, se la merecía por su valentía.
Pues ahí no acabaron las sorpresas. Se la comión sin bajarse de la mesa y me volvió a pedir hasta cuatro veces más.
Luego, el paso cercano de otro cliente, le hizo alejarse con sus amigos.
Yo esperé algo más por si volvía, pero no volvió.

Dentro de poco regresaré para ver si me encuentro con mi diminuto amigo. Te llevaré a tí, María, para que le des de comer y veas de cerca al gorrión. Le pondremos nombre y le echaremos juntos migas de pan, como a aquel petirrojo que , de vacaciones en Galicia, se posaba en la rama del árbol junto a la mesa del jardín.

Respeta y ama a la Naturaleza. De vez en cuando, nos ofrece regalos como este del espectáculo de gorriones perdiendo el miedo por los humanos y nos recuerda que somos parte de ella. Amar a la Tierra es la única forma de salvarnos a nosotros mismos.

Te quiere, papá.

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