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lunes, 21 de marzo de 2011

Hay que tener Esperanza..

Querida María, todas las noches, cuando te acuesto, me pides que me quede un rato contigo para contarte un cuento o simplemente para charlar de algo.
Muchas noches también rezamos y pedimos que las cosas de este Mundo loco se arreglen, los seres humanos que nos gobiernan entren en razón y se acaben las locuras que hacemos.
Esta semana , por supuesto, hemos rezado por los japoneses que están sufriendo las consecuencias de un fuerte terremoto, el posterior tsunami y los graves fallos de sus centrales nucleares.
El acto de rezar siempre lo he visto como una puerta abierta a la esperanza, una conversación o más bien un soliloquio entre la persona y un yo interior , con el deseo que sus peticiones sean escuchadas por una conciencia superior, una especie de Espíritu Universal, al que algunos llaman Dios y al que otros llaman Energía Vital.
Es el rezar un acto de desahogo, un acto de pedir que no estemos solos , que alguien o algo nos escuche, nos comprenda . Es el último clavo al que agarrarse pero no con desesperación sino con esperanza.
Recuerdo cuando el el colegio, nos llevaban a la capilla. Tengo en mi mente, la imagen de la virgen María del colegio, la intercesora de todos nosotros, nos decían.
Vuelvo a mi infancia y recuerdo con cuánto fervor le rezaba, pero no con fórmulas aprendidas de oraciones que la mayoría de las veces no lograba entender, sino de tú a tú, con las palabras sencillas de un niño de 6 ó 7 años, con la inocencia que nunca deberíamos perder, con el temor que siente un niño ante algo que se le presenta misterioso, oculto, mágico, con la esperanza segura de que alguien te escucha y de verdad intercederá por ti.
De esa misma manera, hemos rezado estos días por la gente que sufre, de tú a tú , sin fórmulas aprendidas, con palabras sencillas , con sentimientos verdaderos.
Siento a tu lado, querida María, la paz que más necesito, el regreso a los recuerdos más felices de mi existencia, vuelven a mí los sentimientos que creí olvidados, las sensaciones escondidas y que creí perdidas.
Gracias, María, por enseñarme tantas cosas, por desenterrar tantos tesoros, por ser como eres.
Gracias, mi amor.

Nunca caminarás sola.
Te quiere, papá.



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