Querida María.
La entrada de hoy viene motivada por un par de conversaciones que tuvimos estos días atrás, separadas sólo por unos días pero que reflejan tus inquietudes y tus miedos.
Me preguntaste, mientras te secaba tras una ducha, si nos vamos a morir, si mamá o yo o tú nos vamos a morir. Me lo dijiste con un mohín en la cara, con un gesto de comienzo del llanto. No te mentí, te dije que sí, que todos nos morimos, pero que para que eso ocurra, tiene que pasar aún mucho tiempo y que debemos de disfrutar de todas las cosas bellas que nos rodean.
-"Pero yo no quiero que te mueras, y tampoco me quiero morir yo!", sollozaste mientras me abrazabas.
No pude más que abrazarte y acariciarte, diciéndote que te calmaras, que no pasaba nada, que eso era lo normal. Salir del paso de una situación así no es nada fácil, te lo puedo asegurar, pero de estos momentos, también tengo que disfrutar contigo, aunque sea llorando juntos. Eso nada ni nadie nos lo puede quitar.
Lloramos un poco, allí, abrazados en el baño, yo de rodillas y tú de pie.
-"¿Sabes?"-acerté a decir, tragando saliba-" Cuando morimos, nos vamos a otro sitio, lejos, a un lugar lleno de campos en el que siempre hace sol, y nos convertimos en angelitos de la guarda para otras personas"
Cómo expliacarle a una niña de 6 años mis ideas sobre la vida y la muerte, sobre mi esperanza de que pasemos a formar parte de un Nous, de un principio universal, de una energía latente y viva que llena el Universo entero y todos sus átomos.... sin pasarte mis temores, mis prejuicios y mis propios miedos.
Me pareció válida la imagen, aunque pueda resultar simplista, pero no supe encontrar un simil más dulce para tí.
Pareció calmarte.
-"¿ Y yo seré el ángel de la guarda de una niña?"-
-"Claro, y yo de un niño"
-"Y ¿te podré ver en ese sitio, papito?"
-"Por supuesto, nada ni nadie nos separará jamás, María"
-"Y los perritos cuando se mueren, ¿se convierten en ángelitos para otros perros?"
-"Por supuesto que si"
Te fuiste tranquilizando. Sequé la última lágrima que corría por tu mejilla y acabé de secarte.
Te quedaste callada el resto del tiempo que tardé en ponerte el pijama.Parecías reflexionar, casi podía escuchar a tu cabecita pensando, asimilando, buscando más preguntas.
-"Gracias papá"
-"¿Por qué hija?".
-"Porque siempre me explicas las cosas y me das buenos consejos". Y saliste para tu habitación a jugar con tus muñecas.
Yo me quedé allí, arrodillado aún en el suelo y no pude evitar una lágrima de agradecimiento por ser como eres.
Nunca caminarás sola
Te quiere, papá.
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