Querida María, hoy un amigo en facebook, Alberto Falcón ha escrito una nota que me ha hecho recordar algo que vivimos juntos hace un par de años, más o menos.
Era una tarde de sábado, otoño o invierno, no estoy muy seguro, aunque recuerdo que hacía frío y tú llevabas guantes.
Paseábamos agarrados de la mano por la calle Covadonga, cuando en la acera de enfrente, un músico callejero, sacó su violín, activó el cassete donde tenía grabado el acompañamiento de piano, y comenzó a interpretar el "Ave, María" de Schubert.
Nos paramos. Te cojí en brazos y te dije " Escucha, María, esa canción se llama como tú".
Cruzamos de acera y nos acercamos más al músico, nos situamos frente a él y nos sentamos en el banco que allí había. Escuchamos todo el tema. Me emocioné, tanto que se me saltó alguna lágrima, esa canción ha surtido siempre el mismo efecto en mí.
Fuimos los únicos que nos detuvimos. Nadie más en la calle se dió cuenta de la emoción de la escena, nadie más parecía percibir que allí había un intérprete dando lo mejor de sí para expresar sus sentimientos con un violín y un arco.
Cuando acabó, nos acercamos a él, tú le echaste unas monedas en el cesto y yo le dí un abrazo y los gracias.
Nos sonrió, entre agradecido y sorprendido. Estoy seguro que en el fondo agradeció más el gesto cercano del abrazo que el dinero.
Aprecia a los demás, a su trabajo y a las cosas que haga, las haga bien o mal , pues nacen de su esfuerzo y de su dedicación.
Dá las gracias a quien te haga sentir un momento de felicidad a cualquier hora y en cualquier lugar.
Detente un momento para poder apreciar lo que realmente tiene importancia: una canción, un sonido, una palabra, un gesto, un sentimiento, un silencio.
Yo guardo todos y cada uno de nuestros momentos como un tesoro incalculable.
Nunca caminarás sola.
Te quiere, papá.
P.D: te dejo esta interpretación magistral de María Callas
3 comentarios:
Decirle a Agustín y también a tí María que me considero un amigo en la vida, no un amigo en Facebook ;=)
Facebook sólo es una herramienta...
Besitos María. Un día tengo que presentarte a una tocaya tuya.
Hace once años, en Montevideo, yo estaba esperando a Florencia en la puerta de la casa.
La madre no estaba aquella tarde, y yo esperaba en la puerta de la casa el ómnibus que traía a Florencia de la jardinería.
Llegó muy triste. No hablaba. En el ascensor hacía pucheros. Después dejó que la leche se enfriara en el tazón. Miraba el piso. La senté en mis rodillas y le pedí que me contara. Ella negó con la cabeza. La acaricié, la besé en la frente. Se le escapó alguna lágrima. Con el pañuelo le sequé la cara y la soné. Entonces volví a pedirle:
- Andá, decime.
Me contó que su mejor amiga le había dicho que no la quería.
Lloramos juntos, no sé cuánto tiempo, abrazados los dos, ahí en la silla.Yo sentía las lastimaduras que Florencia iba a sufrir a lo largo de los años y hubiera querido que Dios existiera y no fuera sordo, para poder rogarle que me diera todo el dolor que le tenía reservado.
me encantó este blog. me atrevo a decir que es el mejor que he visto hasta ahora
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