Querida María, una pequeña entrada para contarte una anácdota del verano último.
En la casa donde estábamos, vivía el padre de la dueña, un hombre de unos ochentaitantos años.
Un día nos lo cruzamos en el huerto, cuando llegábamos de una excursión. Se paró con nosotros a hablar, a contarnos lo que había hecho durante el día.
Nos dijo lo mismo unas cuantas veces, hasta que llegó por allí su hija, buscándolo para que subiera a cenar.
Faustina, su hija, nos comentó que tenía Alzheimer y que repetía las cosas muchas veces. Qué pena que nos deterioremos así.
Tú, al subir hacia la casa me preguntaste qué le pasaba al señor, algo raro intuiste, tú siempre con ese sexto sentido que sigue sorprendiéndome cada día aunque ya haya visto en acción varias veces.
-"Nada, cariño. Es viejito y le hay que cuidar, pues las personas mayores a veces están malitas y necesitan más cuidado."- te contesté.
Te quedaste unos segundos mirándome y me dijiste:
-"¿Sabes? Cuando tú seas viejito, yo te voy a cuidar mucho".
Me emocioné.
Yo también te voy a cuidar mucho siempre, mi amor.
Te quiere, papá.
Nunca caminarás sola
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