Nos hemos levantado hoy con la trágica noticia de la muerte de un bebé por una posible negligencia en un hospital español.
Siento escalofríos. Tengo una hija de 5 años y la sóla idea de su pérdida me acongoja y me agarrota la garganta.
Ayer lloré por la noche, pensando en la terrible situación de ese padre desesperado, desengañado de la vida.
Y lloré por mí mismo, por mi suerte de haber nacido en esta época de la historia y en este lado del planeta.
Lloré por mi posición cómoda en el Mundo desarrollado.
Lloré porque yo tengo qué comer todos los días.
Lloré porque no ando desnudo ni me cubren harapos.
Lloré porque estoy vacuando contra enfermedades.
Lloré porque vivo en una sociedad de consumo.
Lloré porque mis necesidades básicas y las que no lo son tanto están harto cubiertas.
Pero lloré aún más por los que nada tienen
Lloré por mi covardía, por no levantarme y decir ¡Ya basta!
Lloré porque la sociedad en la que vivo y de la que soy parte,se lava, nos lavamos, la conciencia de vez en cuando
donando algo a una ONG o ejerciendo una caridad hipócrita y vacía de sentimientos.
Lloré porque estoy sobrealimentado mientras millones de mis congéneres no tienen nada para comer.
Lloré porque la esperanza de vida de millones de niños del Mundo ni siquiera existe.
Lloré porque miles de personas mueren cada años, sin que nadie haga algo, por guerras que no entienden, por causas que no comparten,
por intereses que no alcanzan, por la miseria moral de algunos.
Lloré por mí, por mi vida a veces vacía o llena de cosas absurdas o superfluas.
Lloré por mi hija, pues se encontrará un Mundo tan podrido como el actual si no hacemos algo YA.
Lloré por todos.
Ahora, sin dejar de llorar, pensaré en qué hacer para que esto no siga así.
Nunca caminarás sola.
Te quiere, papá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario