Buscar este blog

viernes, 28 de agosto de 2009

Los dias del gato (I)

-"Sigue estable. Se apaga poco a poco."

Ellas hablan a mi alrededor,como si yo no estuviera, como si yo no fuera.
Me zarandean el cuerpo mientras me lavan. Ajustan los goteros, revisan mis gráficas. Se ocupan de mí, pero no me ven. Me tocan, me palpan,me mueve, pero es como si no existiera.

Es curioso como mi postración en una cama, sin moverme y sin hablar me ha dotado de un manto de invisibilidada para ellas.
Acaban con sus tareas diarias y las oigo marcharse por el pasillo, rumbo hacia otra habitación, ocupada por algún compañero de tránsito.

Al fin puedo volver a mi vida, a mis recuerdos. Antes de que el primero de ellos tome forma y se desarrolle en mi cabeza,el gato sale de su secreto escondite y se sube a mi cama.
Acerca su cuerpo a mi costado y se echa a mi lado, relajado como sólo un felino sabe hacerlo, con esa aparente pero engañosa actitud de total abandono que esconden unos sentidos en realidad siempre alerta.
Lleva viniendo conmigo dos días , saltándose todos los controles del personal de la Institución. Entró por primera vez hace justo dos lavados, cuando las enfermeras me aseaban. Sigiloso pero rotundo en su presencia, inquietante y reconfortante a la vez.
A decir verdad, le esperaba hace tiempo, cuando el último infarto me dejó aquí, postrada en esta cama, sin poder moverme ni hablar.
-"Hola amiga, vengo a acompañarte en tu viaje más importante , en tu trance más serio"-me dijo al subirse a mi cama-" Yo iré contigo y no caminarás sola."
Se frotó contra mi muslo derecho se acostó a mi lado, todo lo largo que era, teniendo buen cuidado de arrimar lo más posible su cabeza a mi mano.

Tengo tres días para recordar toda mi vida, tres días. No parece mucho tiempo pero por suerte el cerebro humano es tremendamente selectivo, tanto para lo bueno como para lo malo, y a decir verdad, siempre he preferido los momentos alegres a los tristes, aunque éstos hayan dejado hondas heridas que han tardado en cicatrizar.
El gato se estira a mi lado, frota su cabeza contra mi mano y me recuerda que aún sigo viva, pero por poco tiempo, así que tengo que aprovecharlo.

Aunque mi cuerpo esté atado desde hace días a la cama, mi mente es aún libre de navegar por mis recuerdos, por mis vivencias, rememorar las emociones y sentimientos, con la niebla de idealización con la que el tiempo cubre los hechos pasados.
Buceo en mi mente sin orden ni voluntad, sin un plan prefijado, dejando que las imágenes, los sonidos, los olores y las caricias dormidas despierten y se arremolinen en un torbellino caótico cuyo único hilo conductor soy yo misma.

Una tarde en un campo indeterminado,recogiendo flores, un examen de bachillerato, mi primer día de trabajo, el último, un día de mi primer matrimonio, el bautizo de mi segundo nieto, los partos de mis dos hijos, el funeral de la pobre mamá, la respiración de papá....

Intento poner orden , pero las ideas parecen tener voluntad propia y continúan su danza frenética por unos instantes.
El gato se ha arrimado más a mi pierna.Siento su calor y el latido calmado de su corazón a través de las sábanas.
Irónico. El gato no ha sido mi animal predilecto y ahora es mi único acompañante solidario a la hora de recorre el último trecho.
Siempre me han gustado más los perros y he tenido unos cuantos a lo largo de mi vida.
Los recuerdo a todos Sandy, Lola, Frida, Bosco, Vania, Tristán y Bóreas, adoptados todos, rescatados de una cuneta o sacados de una perrera, parias en un mundo de hombres sin corazón ni conciencia, hijos de la calle y de los malos tratos, del hambre y del frío y con una sorprendentemente infinita capacidad da amar al que les tiende una mano para darles una caricia.
En la parte más soleada de la finca, tras un cercado blanco de madera, que papá construyó, están todos ellos enterrados, con una planta de brezo para cada uno .
-"No llores más, cariño"- me decía papá con los ojos arrasados-"Ya corren por el cielo de los perros. Desde allí te miran y mueven la cola para tí, felices".
Siete funerales de este tipo he hecho a lo largo de mi vida. Cinco acompañada, dos en la honda soledad que dá la tristeza no compartida
Papá se fue antes de que Tristán llegaraa casa, apenas un mes después de que Vania, su Vania, pues era de él antes que de nadie, se fuera una tarde de otoño en el regazo de papá. Se quedó dormida, como cada tarde, en sus rodillas, mientras papá hacía lo que él llamaba, "su viaje particular" aunque todos sabíamos que se dormía profundamente, y no despertó.
Un día, medio riendo, le comenté que a dónde viajaba. Me miró , con sus ojos aún jóvenes, rodeados de arrugas, sonrió con ellos y me contestó:" A dónde no, hija. A cuándo".
Ahora me doy cuenta que papá tuvo días del gato mucho antes que le correspondiera, que los intuyó y que tuvo más tiempo que yo para ordenar sus recuerdos.

Cuando enterramos a Vania y papá se incorporó tras apretar la tierra entorno al esqueje de brezo, me fijé que no lloraba.
Musitó algo que no logré oir y me cogió la mano. Sentí su pulgar acariciando suavemente el dorso mi mano y rememoré el mismo gesto, la misma caricia, la complicidad profunda, el amor inamovible de mi padre. Ese gesto ahora recuperado, poblaba mis primeros recuerdos nocturnos cuando papá, tras contarme un cuento y rezar una oración , me alargaba su mano y yo arropaba la mía en la suya, dándome sosiego y seguridad. Era el escudo protector contras los monstruos que acechan en la oscuridad de la noche de los niños. Su tacto mantenía lejos a brujas y malhechores, su presencia era el talismán que me protegía.
-"Papi, te quiero"- le decía medio dormida, amparada en la seguridad de su mano
-" Yo también, mi amor. Más que a nada en este Mundo".
Siempre estaba allí, sentado a los pies de mi cama, su silueta más oscura que el entorno, velando por mis sueños.